Me cuesta hablar del verano sin pensar en los veranos en Santiago del Estero. Ahí sí que el calor es un amante absolutamente obsesivo; te persigue a todos lados, deja sus marcas en tu piel, microadministra tu vida hasta el punto de decirte en qué horarios podés salir de casa. El calor en Santiago es una omnipresencia tan abrumadora que en un momento la terminas naturalizando. Es la única constante con la que podés contar.
Quizás por haber sido criado ahí siempre me costó ver al verano como una cosa romántica. Para mi los veranos eran crueles y despiadados, apenas interrumpidos por una o dos semanas de viaje a las sierras de Córdoba o a las playas en Brasil.
Cuando me mudé a Córdoba entendí que había otras formas de verano, más parecidas a la primavera, con temperaturas habitables y brisas frescas. Por muchos años preferí pasar los veranos en Córdoba en vez de volverme al pueblo, como suelen hacer los estudiantes.
Ahora me mude a Buenos Aires. E irónicamente el verano de acá es más parecido al de Córdoba, mientras que el de Córdoba ahora es casi igual de sofocante que el de Santiago. Como si el verano me estuviera persiguiendo.
Siempre me dieron curiosidad las historias de romances de verano. Porque, como muchas otras cosas en mi vida, me llaman la atención aquellas que nunca pude experimentar. No recuerdo haber tenido nunca un “amor de verano” propiamente dicho, más allá de algún crush ocasional o alguna cosa así.
La verdad es que nunca hubo grandes condiciones para que tuviera algo así. En Santiago era directamente imposible. En Córdoba todos se volvían a sus pueblos y quedábamos a solas la ciudad y yo, con las calles vacías y las ventanas de los departamentos de estudiantes mirándome desde arriba, casi como preguntándome: ¿Qué haces acá tan solitario?.
Capaz el tema es que el verano y yo no nos llevamos muy bien y ya. Ahora mismo entro a Instagram y veo las historias de amigos y conocidos desde la playa o desde la patagonia. Este verano todos se fueron a la Patagonia menos vos (y yo).
Pero para mi no hubo ni playas ni montañas este verano. Solo trabajo. Lo de siempre. Ni más ni menos que eso.
Me gustaría imaginarme una aventura de verano, con todos los condimentos clásicos de una aventura de verano. Como la que se imagina Taylor en Cruel Summer. Un chico malo que parece un juguete brillante, sentimientos que se parecen al color azul, ángeles que juegan a los dados y discusiones que terminen con un: te amo, ¿No es lo peor que te han dicho jamás?.
Pero no hay grandes aventuras de verano para los que nos quedamos atrapados en las grandes ciudades durante enero y febrero. Esas son cosas reservadas para gente más cosmopolita, los que se van a bañarse a la costa o a sacarse fotos con una montaña de fondo en Villa la Angostura, para que después veas sus historias y pienses: ¿Cómo pagaste todo esto si el dólar está como a 1500 mangos?:
Pero volviendo a Cruel Summer, hay una línea de la canción que siempre me pega mal: no quiero guardar secretos sólo para estar con vos. Me lleva de vuelta a mi adolescencia estereotípicamente LGBT, a los encuentros en secreto, a todas las discusiones de “¿Está bien esto que estamos haciendo?” y los “por favor, no le digas a nadie que nos dimos un beso”.
Creo que de todas las canciones de Taylor, Cruel Summer es para los que tuvimos ese tipo de amores en secreto.El tipo de relación que solo podés tener si sos LGBTIQ+. Las otras relaciones, las de los besos románticos e imaginarse un casamiento a todo trapo ya tienen mil canciones más. Cruel Summer, en cambio, es de las trastornadas.
Quizás por eso es uno de los temas de apertura del Eras Tour, justo después de Miss Americana, otro tema que grita trastornos a los cuatro vientos.
Y aun así, que lindas son las relaciones de trastornadas. El beso que le diste a escondidas al boludo de tu curso que solo te estaba usando siempre te va a sonar más romántico que todos los otros que vinieron después.
Hermosooo!!!