Todos los sábados me dedico a limpiar y a hacer mi compra semanal en el super, no es, digamos, un hábito demasiado atípico con respecto al resto de la raza humana, pero es un hábito que me enorgullece haber pulido tomando en cuenta que mi vida normalmente es un caos sin horarios ni demasiada planificación.
Ayer en medio de mi limpieza semanal me dediqué a acomodar mi mesita de luz, que suele ser el lugar en el que más boludeces se me acumulan. Otros acumulan suciedad debajo de alfombras, pero yo no tengo alfombras, así que mi propia roña normalmente encuentra formas de ir a parar abajo de mi mesita de luz.
Mientras la acomodaba recuperé del olvido un cortauñas y una pantufla que daba por perdida hace semanas. Y entonces fue que la vi: de entre los vestigios del fondo de mi mesa de luz emergió una araña. Ni demasiado grande ni demasiado pequeña; del tamaño exacto como para que cualquier persona de bien pegue un buen salto y emita un alarido vergonzante. La araña rápidamente se acomodo en un recoveco de la mesita de luz mientras yo me quedaba paralizado viéndola.
¿Hace cuánto será que comparto habitación con este animal? Me pregunté mientras me disponía a seguir acomodando el basural que era mi mesita de luz. Pero un rato después volvió a aparecer, y aunque intenté aplastarla usando uno de los libros que habitan el lado de mi cama mientras pretendo leerlos, la muy ágil araña se metió por otra grieta de la madera de la mesita y se volvió a perder de mi vista.
Y en este punto, empecé a alarmarme.
¿Y si la hija d p… sale de su escondite a la noche y me camina por la espalda? ¿Y si en el medio de su caminata decide morderme e inyectarme su veneno? ¿Podrá ser ese el motivo de mi muerte?
Igual, nada de eso me indigna más que saber que la muy pícara araña vive gratis en mi casa quien sabe hace cuanto. Lo mínimo que podría hacer es poner plata para las expensas.
Preocupado por el tema de la posible picadura, me puse a hacer lo único que mi generación sabe hacer ante una situación de emergencia: googlear.
Según Google, hay solo tres especies de arañas peligrosas para el ser humano en Argentina. Una de ellas es la viuda negra, que aunque tiene una fama bastante negativa tenés que tener mucha mala suerte para morir por su culpa. La mordida tiene que ser muy profunda y además tenés que pasar mucho tiempo sin que te administren el antídoto. Igual, el ser que ocupa gratuitamente mi departamento no es parecido a ninguna de esas tres especies de araña. Creo…
Tampoco es que lo vi tan bien…
Me empecé a desesperar y con la escoba arranque a mover la mesita de luz a ver si volvía a salir de entre sus rincones para que pudiera matarla. Pero nada. La picara no volvía a aparecer.
Entonces me propuse terminar de acomodar y limpiar la mesita de luz. Tarde o temprano iba a tener que aparecer si toda la zona quedaba despejada. Meti toda la basura en una bolsa, llevé todos los libros a mi biblioteca y vacié todos los cajones y escondrijos. Al ver que la araña seguía sin aparecer me puse psicótico y directamente puse patas para arriba el mueble. Pero ni así aparecía mi inquilina.
Ahí fue que decidí recurrir a la opción nuclear.
Y me fui directamente al chino a comprar veneno para arañas. Algunas veces en el super me había llamado la atención que semejante cosa existiera y viviera en el mismo envase que el veneno para moscas. ¿Será el mismo veneno pero le ponen otra etiqueta para vender más?
Cuando vivía en el pueblo en general no tenía mala relación con las arañas. Sabíamos que vivían en las esquinas de la casa o en el patio y mi abuela nos había inculcado que no nos iban a picar si no las jodiamos. Pensé en eso mientras me agachaba en el super para agarrar el veneno para arañas. En ese momento me sentí completamente porteñizado, buscando una solución industrial para matar un bichito que no pude matar con mis propias manos y que a decir verdad no me había hecho nada.
Por un momento pensé si no era mejor dejar el veneno. Aunque dude decidí llevarlo y decidir la suerte de la araña más adelante. De paso me compré otras giladas en el chino. Todo el chiste me salió 15.000 pesos. Más o menos lo mismo que le habría pedido para las expensas al bichito.
No hay grandes historias de picaduras en mi familia. Solo una en puntual se me viene a la mente: un verano en las sierras de Córdoba y un alacrán picando a mi abuelo mientras se ponía una camisa sin prestar atención. Las ventanas de la casa habían estado abiertas todo el día y el bicho seguro se había metido gracias a ese descuido.
Uno de mis tíos capturó al alacrán en un frasco y se apresuró a llevar a mi abuelo a un hospital en Córdoba Capital, a media hora de donde estábamos. Me acuerdo que nos quedamos con mis hermanas sentados en la terraza de la casa mientras mi mamá y mi abuela revisaban el resto de la casa a ver si había algún otro alacrán escondido por ahí. Dicen que los alacranes son igual que los siths: siempre andan de a dos.
Mi abuelo y mi tío volvieron a la noche. A mi abuelo le inyectaron un antídoto y todo quedó arreglado.
Desde que me mudé a este departamento nunca tuve demasiados encuentros con insectos. Solo las mosquitas molestas que aparecen en el verano porteño y una pequeña plaga de hormigas que aniquile con un polvito que encontré en internet. Es la primera vez que veo una araña acá. La mesa de luz está justo al lado de la ventana, supongo que se debe haber metido hace poco.
Y aquí estamos la araña y yo. Los dos absortos en nuestras propios problemas existenciales: yo me preguntó si sería buena idea matarla o no, ella probablemente piensa que tuvo suerte de terminar viviendo en el departamento de un boludo que duda tanto de las cosas.
Tener este tipo de reflexiones nos hace menos industriales y porteños, con un dejo de melancolía rural.
El otro día encontré una oruga en un plantin de albahaca, investigue y me encontré debatiendo, creo que lo mismo tiempo que vos, que hacía. Incluso Google tipo y venenos, la lleve en su hoja a otra planta.