En el pequeño y tóxico mundo del levante gay hay toda una serie de reglas y símbolos que todos los usuarios respetan para ser aceptados en las interacciones. Cosas como tener foto actual, pasar nudes, explicitar cuales son las “cosas” que te gusta hacer, entre otras cuestiones suelen ser los requisitos para que te vaya bien y consigas algún acompañante ocasional.
También hay una serie de restricciones, cosas que si uno hace garantizan rechazos asegurados. Una de esas cosas es poner que sos bisexual en tu perfil público. Si no lo pones pero lo mencionas en alguna conversación el block o el ghosteo son muy probables.
Muchos gays que buscan gays en esas apps sienten repulsión por los varones bisexuales. Más que repulsión, yo diría que es un miedo que se manifiesta en forma de rechazo. Un rechazo muy extraño, porque un prototipo de varón bastante buscado en esos lugares es el del “heteroflexible” es decir, aquel que se identifica como heterosexual pero que “juega” cada tanto con otro varón. Esos suelen tener las inbox estalladas de invitaciones para hacer cosas. O sea, si decis ser heterosexual que no teme “coger” con otros varones está todo bien, pero si admitis ser bisexual, o sea, que te gustan tanto varones como mujeres por igual, entonces espantas a todo el mundo.
¿Por qué le tenemos miedo a los bisexuales?.
La primera mención específica a la palabra “bisexual” la hizó Robert Bentley Todd en un estudio sobre hermafroditismo. Era una concepción bastante biológica sobre el tema, lo bisexual era aquello que tenía componentes masculinos y femeninos al mismo tiempo. Ya desde entonces se asociaba la cuestión a algo desafiante para el binarismo hombre/mujer.
El mismo origen de la palabra hermafrodita tiene mucho de esto. En la mitología griega, Hermafrodito era el hijo de Afrodita y de Hermes, que termina teniendo genitales masculinos y femeninos luego de que los dioses lo fusionaran con Salmacis, una joven que tenía una obsesión con él.
Para Bentley Todd y para los biologicistas que lo sucedieron la bisexualidad (entendida como fenómeno biológico) era algo primitivo, propio de las especies inmaduras sexualmente. La supremacía sexual de los seres se alcanzaba cuando la división entre machos y hembras estaba bien definida. Bajo esta concepción cualquier persona que estuviese por fuera de estas reglas era de alguna forma una anomalía biológica. A Brentley Todd igual no hay que prestarle mucha atención, se hizo conocido por prescribir vasos de brandy caliente con canela y azúcar para curar enfermedades. No era una mente muy brillante que digamos.
Karl Heinrich Ulrichs fue uno de los primeros en desligar a la bisexualidad de las concepciones biologicistas que la confunden con el hermafroditismo. En una de sus obras crea la categoría de “urano-pioning” que utilizaba para describir a quienes sentían atracción por lo femenino y lo masculino por igual independiente de sus sexos biológicos. Aunque el término que propuso cayó en el olvido, fue la primera vez que se habló de “identidad bisexual” propiamente dicha.
Casualmente, Ulrichs es también conocido por ser una de las primeras figuras en “salir del closet” de forma pública, admitiendo ante la sociedad que le gustaban los hombres. Por supuesto esto le trajo una marginalidad angustiante que quedó incluso inscripta en su misma tumba, que lo describe como alguien que murió “desterrado y pobre”. Increible como la historia suele obsesionarse con maltratar a los nuestros incluso cuando ya están muertos.
Tuvo que pasar muchísimo tiempo más para que la bisexualidad volviera a estar sobre la mesa. Recién en los 80, una década después de la famosa revolución sexual del primer mundo, la bisexualidad empieza a asomar públicamente, no sin grandes obstáculos y prejuicios. Durante la primera ola de la epidemia del VIH, los varones bisexuales eran vistos como los grandes culpables de que la enfermedad llegará a personas heterosexuales.
En ese momento empiezan a darse los primeros indicios de lo que luego fue el movimiento bisexual. Los bisexuales empiezan a organizarse y a denunciar la marginalidad que sufren, incluso en el movimiento de la diversidad sexual.
La relación entre el activismo bisexual y el resto de la comunidad fue siempre complicada y estuvo históricamente sometida a muchos prejuicios y estigmas. Los bisexuales tienen que soportar que sus mismos pares de lucha colectiva los nieguen, invisibilizan, excluyan o que construyan estereotipos sobre ellos. No son raras las afirmaciones que dicen que las personas bisexuales atraviesan una “fase”, que todavía no terminaron de definirse o que se auto-engañan.
Incluso los bisexuales también tienen que soportar muchísimos problemas ante cuestiones como el acceso a la salud sexual. Ya es bastante difícil para un varón gay o para una mujer lesbiana encontrar profesionales que entiendan sobre sus prácticas sexuales. Un o una bisexual tienen que buscar alguien que sepa de ambas cosas, demasiado pedir para nuestra medicina.
Todo esto es paradójico cuando nos enfrentamos al hecho de que según muchos censos y estudios los bisexuales son mayoría dentro del colectivo LGBTIQ+. El dato parece contraintuitivo, pero no lo es.
En la economía de los deseos la bisexualidad suele cotizar bajo por un motivo muy sencillo: pone en jaque todas las dicotomías sobre las que esa economía se organiza. El mercado de los deseos puede aceptar que te guste uno de los dos grandes polos que lo conforman, pero que expreses deseos por ambos es imperdonable, es demasiado, es no seguir las reglas.
Las personas bisexuales suelen enfrentarse una infinidad de mitos cuando construyen vínculos. Sus parejas suelen creer que las van a dejar por alguien de otro sexo, que van a terminar buscando “aquello que no puedo ofrecerle”, que están confundidos y capaz en realidad les gusta más el otro sexo, etc etc etc.
Algo de esto hay en los varones gays que rechazan a sus pares bisexuales, el miedo a un rechazo basado en problemas de demanda, la posibilidad de ser descartados por alguien de otro sexo. Es increible como nos calienta estar con alguien que parece dudar de su sexualidad, pero cuando se trata de alguien seguro de ser bisexual nos sentimos inseguros.
Nuestra mente tan adepta a categorizar y etiquetar todo se siente muy incómoda con las categorías que escapan a los modelos habituales de análisis. Los grises y los medios son más difíciles de entender y de aceptar.
Para los demás, ser bisexual es ser una indefinición, una incógnita constante, cuando en realidad deberíamos aceptar lo que es: una identidad, una posibilidad más en el amplio espectro de la sexualidad humana, igual de válida que todas las demás.
Freddie Mercury suele ser postulado como un gran icono gay. Tiene todos los elementos para serlo: su masculinidad apabullante, su performatividad en los escenarios, su trágica historia que termina con una muerte por SIDA, etc. Pero Freddie no era gay, era bisexual, orgullosamente bisexual.
Tan bisexual era, que murió teniendo una pareja masculina que lo acompañó durante sus últimos años, pero en su testamento le dejó la mayor parte de sus bienes a su antigua novia, a quien el mismo reconocía como el gran amor de su vida.
La historia romántica de Freddie quizás para algunos alimente esta idea boba de que los bisexuales no terminan de definirse incluso en sus lechos de muerte, pero creo que hay que ser tremendamente infantil para no ver que es mucho más que eso: una historia de lo profunda y compleja que puede ser la sexualidad humana. Y lo que creo más importante, de lo bellas que pueden ser las historias de amor.
Gracias por leer mis humildes palabras. Suscribete para leerlas de nuevo en el futuro.