Uno de mis mejores amigos solía guardar todos los audios que le mandaba por WhatsApp en un chat paralelo al mío. “Algún día te voy a sobornar con ellos” me decía haciendo referencia a la cantidad impronunciable de cosas que le debo haber dicho en ellos, muchas de las cuales podrían desencadenar mi total cancelación o un par de causas penales de poca monta en mi contra. Afortunadamente, mi amigo perdió todo ese contenido una vuelta que cambió el celular.
Tener amigos que compartan tus más oscuros secretos debe ser de las cosas más civilizatorias que hizo la humanidad. Un paso enorme en nuestra escala evolutiva. Porque una amistad es muchísimo más que la simple colaboración que dos bichos pueden tener en una selva o un vínculo de identidad compartido por una manada. Una amistad es complicidad en su más pura expresión. Una forma de intimidad tan avanzada que creo que ni siquiera nosotros entendemos del todo lo que significa.
Si fuera un poquito más dedicado, aquí mismo pondría alguna cita de algún autor pomposo hablando de la amistad para reafirmar el hilo de ideas que intentó construir. Seguramente Borges o Cortázar tienen palabras sobre la amistad que quedarían muy bien en un texto como este. Pero ninguno de ellos fue amigo mío. Así que ponerme a buscar me da una paja inmensa.
En su último disco Taylor Swift hace algunas menciones a sus amistades que me parecieron increíbles y que detonaron este correo que te mando hoy. En la canción homónima al disco, The Tortured Poets Department, ella cuenta casi al final como su chongo del momento le había dicho a una de sus amigas que si Taylor lo dejaba él se iba a matar. Y Taylor le cuenta eso a Jack Antonoff.
Una conversación de a cuatro sobre una relación de dos. Una escena bastante habitual en la vida de cualquier ser humano promedio. Un drama bilateral al que otras personas asisten a ver casi como personajes secundarios. Me gustan las insinuaciones que hay detrás de ese pedazo de la canción: que en el fondo, la relación entre Taylor y su chongo con sus respectivos amigos es más fuerte que la relación que tenían entre ellos dos.
Pienso en todas las veces que me anime a chamuyarme a alguien solo después de hablar con mis amigos. O las veces que acudí a ellos para hacer catarsis luego de alguna crisis de pareja. O en todas las veces que me tocó a mi ser el Jack o la Luci de la crisis emocional de alguna de mis amistades. Los roles cambian pero la intimidad es la misma.
En la canción So Long, London, probablemente una de las más desgarradoras del disco, Taylor dice que sus amigos le dijeron que no era saludable estar siempre con miedo a que te metan los cuernos. ¿Cuántas veces no son nuestros amigos los primeros en advertirnos cuando estamos por meter los dedos en el enchufe?
Y vamos y lo hacemos igual. Y ellos están ahí para bancarnos. Un poco porque nos quieren. Otro poco porque esperan que nosotros hagamos lo mismo cuando sean ellos los que se manden un moco. El quid pro quo de la amistad sobre el que se construyeron imperios y naciones enteras.
Estuve intentando recordar otras canciones donde Taylor haya hablado tan abiertamente de sus amistades. Creo que nunca tuvo tanta profundidad en el tema. Posiblemente llegar a valorar así tus vínculos no-románticos también es otra señal de evolución emocional.
Hace algunos años Coca-Cola lanzó una campaña en la que imprimían nombres de pila en sus botellas invitando a sus consumidores a “tomarse una coca” con alguien que tenga ese nombre. La campaña empezó en Estados Unidos, país que sufre de una auténtica epidemia de soledad desde hace décadas. Generaciones enteras de pibes para los que hacer una amistad es algo tan complicado como partir un átomo al medio.
La campaña no solucionó nada, por supuesto. Pero intentaron traerla a algunos países de América Latina y por supuesto no prendió. Por suerte en el cono sur no tenemos que lidiar con el problema de criar adolescentes incapaces de vincularse con sus pares. Al menos no por ahora…
Si desarrollar amistades saludables es un paso evolutivo fundamental, entonces perder la capacidad de hacerlo hasta el punto de que una botella de gaseosa te tiene que ayudar es un paso involutivo clarísimo. Un retroceso como especie que debería ser casi un problema de seguridad nacional. Sin amistades no hay colaboración ni intimidad y se pierde el mágico caldo de caos del que surgen las mayores creaciones de la humanidad.
Pienso en cómo eran las amistades hace décadas. En las cartas y los telegramas que nutrieron vínculos históricos. En las miradas cómplices y los chistes compartidos. Cada amistad es una construcción de un mundo íntimo infinito. ¿Será que estamos perdiendo todo eso de alguna forma?
Yo no creo que eso esté pasando. Creo que más allá de lo que pasa en algunos países en particular nuestra especie mantiene intactos los rasgos evolutivos que le permitieron llegar tan lejos. Por algo en Argentina, Brasil y Uruguay celebramos el día del amigo el 20 de julio, conmemorando el aniversario de la llegada del hombre a la luna. Me parece curioso que en otros países que participaron activamente en esa hazaña no celebren nada en esa fecha.
Nosotros en cambio si lo hacemos, posiblemente porque entendemos a la perfección que nada grande puede lograrse si no hay amistades de por medio. Ni llegar a la luna, ni romper con el chongo que te boludea.